sábado, 6 de febrero de 2010

Sobre las pasiones

Se me ocurrió esta analogía:
Nuestras pasiones son como caballos salvajes.
Hermosas, vitales, llenas de energía, a veces desbocadas, sin dirección.
Nos llevan a donde ellas quieren, no a donde queremos realmente llegar.
Incluso nos pueden llevar al abismo.
La cultura europea judeo cristiana nos dice que hay que primero quebrarlas, después domarlas y castrarlas.
Igual que hacen con los caballos. Meta rebenque y espuela, bocado y montura. Ponerles rienda.
Eso no parece muy tentador. Pero el abismo asusta (a mi me asusta al menos) y si no me caigo tampoco quiero andar por el borde.
Entonces me acorde de lo que hacían los nativos americanos cuando los europeos trajeron los caballos a este continente. Nunca habían visto uno así que desarrollaron su propio sistema para domarlos: Domesticarlos.
Los atrapaban, les hablaban, se ganaban su confianza de a poco, con mimos y palabras dulces, los “acollaraban” con algún caballo ya domesticado (preferiblemente del sexo opuesto) y los dejaban andar para que se acostumbren al nuevo hogar.
Hasta que el animal reconocía a un individuo como un perro a su amo y solo entonces lo empezaban a montar. Sin riendas ni estribos ni espuelas ni látigos.
Se generaba una relación de afecto, confianza e interdependencia.
Y por eso las cabalgaduras de los “indios” eran más rápidas, más versátiles, más resistentes, mejores que la del conquistador. Igual no les alcanzo pero eso es otro tema.
Entonces a domesticar nuestras pasiones, sin ponerles riendas ni castrarlas.
A quererlas para que nos quieran y nos lleven con todos los bríos a donde queramos ir.
Como?
Que alguien sea tan amable y me lo explique.