martes, 5 de octubre de 2010

Benditas las calzas

Amo/odio la moda de las calzas.
La amo por que les quedan tan lindas.
A las flacas y a las de generosos jamones.
(Solo la odio por que Dios no nos hizo con ojos en la nuca)
Piernas, colas, jamones. Se me abre el apetito.

Este pequeño episodio de fetichismo-sadismo me ocurrió en Retiro, en el anden del Mitre.
Estaba yo ahí a la mañana temprano, leyendo algo de Galeano.
Llega un tren, desciende el pasaje. Y entro ellos veo acercarse unas calzas.
No había visto a la portadora aún. Pero un sexto sentido, una alarma interna me hizo levantar la vista del libro y mirar a la derecha. “Calzas!” se imprimía en rojo intermitente en mi cerebro.
Supongo que se dio cuenta, debe incluso haber habido un fugaz cruce de miradas.
Por que cuando me disponía a utilizar toda mi concentración yóguica para retomar la lectura, justo cuando pasaba por enfrente mío y sin dejar de caminar se levanto la remera, o sweater, o cualquier tipo de prenda lo suficientemente corta para generar inquietud y lo suficientemente larga para mantener el misterio (Por que la moda de las calzas va de la mano de la moda de la remera larga). Se levantó la prenda por encima de la cintura, tiró de sus calzas hacia arriba hasta hacerlas uno con su femenina anatomía, dio dos pasos mas, puso la remera en su lugar y siguió su camino.
Acá es cuando la escena dejó de estar en slow motion y todo el gentío de retiro volvió a moverse a velocidad normal (esto es casi fast forward un viernes 8:45 AM).
Ella probablemente ya no lo recuerde. Pero aquí inscribo mi humilde homenaje a sus calzas.
A las calzas.
A tus calzas.

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