domingo, 14 de diciembre de 2008

il mío pappone ya cerró la operación inmobiliaria y solo está esperando a la mudadora.
ojalá que sea lindo el otro barrio.

mientras seguimos en la no tan dulce espera, su amante esposa en un acto casí cotidiano pero no, me dijo:
-Acá tengo el reloj de él. tenélo vos.
y hurgueteó en su cartera hasta que lo encontró y me lo extendió.
tuve ganas de gritarle:
-no está muerto!
un ruido rasposo que provenía cuarto contiguo intentando ser una respiración me disuadió .
acepté el reloj sin saber muy bien que decir.
recordé esa escena de Pulp Fiction en la que Christopher Walken le cuenta al niño que tuvo que meterse el reloj en el culo para poder entregárselo en ese momento. miré el Okusai herrumbroso y destartalado y me hizo un poquito de gracia, no me pude reir, el shock era mas fuerte.
por esa escena y por la casual solemnidad que Mari le imprimió al gesto intuyo que debe ser parte de cierta tradición, que el reloj pase del padre muerto al hijo mayor (ella dijo que yo debía tenerlo, supongo que no mi hermano con el que voy a compartirlo por que me cago en las tradiciones de primogenitura).

también pensé que esa tradición, si existiera, debía tener relevancia en la época en que un reloj se trataba de una noble pieza de ingeniería de dorados engranajes, valiosa y perdurable. no este relojito feo de una marca tal vez coreana.
mi padre creía que lo descartable, si reutilizable, dos veces bueno.
Long live the Okusai.

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